Por Fredy Calderón

Este cuento celebra el ritual de un desayuno colombiano auténtico, ese momento íntimo antes de salir a conquistar el día. 

No lo niegues. Lo vas a probar. 

Aunque te dé miedo. Aunque te parezca extraño. Aunque pienses que es asqueroso. 

No puedes evitarlo. 

Te preparas. 

Respiras. 

Te decides. 

¿Y por qué lo haces? 

No lo necesitas. 

De donde vienes, esto no es normal. 

Ni siquiera te llama la atención. 

Pero lo haces. 

Porque puedes. 

Porque tienes la fuerza. 

Porque tu estómago aún resiste el placer de lo desconocido. 

La señorita se acerca. 

Lleva una jarra metálica, caliente. 

Te mira. 

Y te dice: 

—Ponga el queso que necesite. Al menos tres pedazos… es lo normal. 

Te congelas. 

Un poco avergonzado. Un poco aterrorizado. 

Pero respiras. 

Vuelves a ti. 

La adrenalina de la aventura empieza a correr. 

Eso de querer probar algo nuevo. 

Sigues sus pasos. 

Dejas caer dos trozos en la taza vacía. 

Ella sirve la bebida. 

El humo sube. 

El líquido burbujea. 

Sabes que debajo, el queso se transforma. 

Se derrite. 

Se vuelve parte de algo más grande. 

—Ya pasaron tres minutos. Sáquelo —te dice. 

Lo haces. 

Y lo estiras. 

Como si fueras un niño. 

Como si el desayuno fuera un juego. 

Te diviertes. 

Lo llevas a tu boca. 

Y en ese primer bocado… lo entiendes. 

No es solo comida. 

Es Colombia. 

Es el placer de un desayuno antes de salir a conquistar el día. 

Así es el desayuno colombiano auténtico: inesperado, cálido, y lleno de historia.

¿Te atreverías a probar este desayuno colombiano auténtico antes de visitar alguno de estos lugares?

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